Sumario: | Las escarificaciones practicadas desde hace siglos por los hombres Dassanger
de Etiopía o las pinturas en el rostro de los Maoríes de Nueva Zelanda
han dejado de ser únicas y excepcionales. Su potencia estética y simbólica ha
abandonado el lugar de lo exótico y encuentra hoy correlatos en la farándula,
en los guetos y tribus urbanas de las sociedades industriales, en las élites del
deporte, en las clases medias y en los resquicios de un tercer mundo golpeado
por la desigualdad. Aunque no se trata de las mismas prácticas y sus sentidos
pueden diferir, un hilo las vincula, un hilo que remite a la idea de transformar
el cuerpo en lienzo, disponer la piel y la carne como un lugar para comunicar
y poner en obra una operación de producción de significado. Pero, sobre todo,
se trata de hacer de la corporalidad el lugar para representar transformaciones
más profundas que operan en la psiquis y en la trasescena de la sociedad
y de la cultura.
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